Mientras, en el otro lado del mundo, descendían del avión en la estación de Nueva York, Kate y Alexander Cold, provenientes desde la Ciudad de las Bestias, en Brasil. El chico estaba por cumplir 16 años, tenía un corte estilo brasileño prueba de su reciente aventura en el sur. Su abuela, Kate, (quien detestaba que le llamase abuela), tenía 65 años, era reportera del International Geography, decidida, con grandes vicios, pero un ímpetu indomable.

Kate se dispuso a hacerlo, para ello nombró tesorero a un joyero reconocido amigo suyo, y extrañamente nombró presidente a su archienemigo, un viejo antropólogo llamado Ludovic Leblanc. Los diamantes resultaron ser muy valiosos y con la fundación todo marchaba bien.
Kate recibió una llamada de su nieto, Alex, de alguna forma el chico se había enterado del nuevo viaje de su abuela, y le rogó que lo dejara acompañarla. Al final de un poco de discusión, planeada por la abuela, accedió a llevarlo: su destino era el reino prohibido, el reino del dragón de oro.
